Algo maravilloso de este oficio del canto es que cada ocasión es única, aunque el escenario se repita. Volví a cantar en esa joya porteña que es el Teatro Cervantes y una vez más me acompañó “la Filiberto”. Pero esta vez fueron la batuta de Stampone y un repertorio diferente para mí. Temblé de emoción con los acordes de la Milonga Triste, me planté junto a Malena, desafiante, y con Pedacito de Cielo me prendí a las alas de la orquesta y nos fuimos volando a un jardín del pasado, en Ituzaingó.